Javier Villafañe en Los sueños del sapo. Buenos Aires, Ediciones Librería Hachette, 1974. Ilustraciones realizadas por niñas y niños de jardines de infantes y escuelas de Argentina.
‘Como todos los actos del universo, la dedicatoria de un libro es un acto mágico. También cabría definirla como el modo más gracioso y sensible de pronunciar un nombre’ Jorge Luis Borges
martes, 6 de mayo de 2014
A la China
que una mañana la llevó la perrera y la lloramos todos los chicos del
barrio; a Dick, que jamás aprendió a hacer una prueba; a Wolf, que rompía collares
y cadenas y se dejaba morder por los cachorros; a Satana, madre de Garabato, el
de la cola siempre de fiesta; al Puma, al Ñato, al Milico, compañeros de viaje,
guardianes de La Andariega, la carreta que llevaba los títeres; a Pollito y a
Manchita, dos perros vagabundos; a la Miliciana, la mascota de un barco de carga;
al Sargento y al Pinto, cazadores de víboras; a Colorín, y a los quince perros
del Viejo Facio —ex marinero— que vivía con ellos a la orilla del río,
y los hacía formar 'por escuadra
Javier Villafañe en Los sueños del sapo. Buenos Aires, Ediciones Librería Hachette, 1974. Ilustraciones realizadas por niñas y niños de jardines de infantes y escuelas de Argentina.
Javier Villafañe en Los sueños del sapo. Buenos Aires, Ediciones Librería Hachette, 1974. Ilustraciones realizadas por niñas y niños de jardines de infantes y escuelas de Argentina.
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